Desde que tengo uso de razón, siempre les escuché a mis familiares en China, en mayor o menor medida, decir que mi padre es el “tonto” de la familia.
Porque “no se hizo de oro” migrando a Europa. Porque “solo consiguió” sostener a su familia con su negocio, como si eso fuera poca cosa, aunque siguiera siendo pobre incluso con un negocio a su cargo. Y “solo” alcanzó a comprar una propiedad ya cerca de los años de su jubilación. Y tuvo que volver a migrar más allá de los 60 para buscar mejores opciones de vida.
Y desde que alcancé la edad para ser autosuficiente económicamente hablando, me lo empezaron a decir a mí.
Porque apenas consigo sostener a mi familia, no tengo ninguna propiedad, no tengo ahorros, y más bien tengo deudas que se llevan gran parte de mis ingresos cada mes.
En cambio, casi todos mis primos y primas ganan mínimo 20k, 30k, y algunos más de 60k al mes.
Lo más doloroso de eso es que lo dicen “por nuestro bien” y “desde el amor”.
Así que SÍ, siempre fuimos, y seguimos siendo, los “tontos” de la familia.
No sé si será por eso. O será porque soy descendiente del último comunista convencido practicante hasta la médula hasta su muerte, sin ser él ni parte ni testigo de los cambios drásticos que empezó a fraguarse en China a partir de la década de los noventa del Siglo XX.
Sea como fuere desde bien pequeña sentí un rechazo profundo hacia el orden establecido.
Y a la vez, siempre quise encajar, quise pertenecer, quise ser igual que las demás.
Y bien que me esforcé a ello tanto en los años que viví en China, como luego aquí en España.
Si algo tiene el querer pertenecer es que siempre te lleva a acallar tu voz, tu sabiduría, tu autoridad, tu guía interior.
Rodeada como estaba del Sistema-Mundo, me dejé arrastrar por el capitalismo, por el patriarcado y por el racismo, y asumí como propios discursos, pensamientos y actos que utilizan esas estructuras opresoras, convirtiéndome en otro engranaje más para la perpetuación de esos sistemas y de esas estructuras.
Aunque siempre estuvo esa voz que me susurraba que por allí no era. Casi nunca la escuché.
Hasta que la vida me sumió en una de las crisis más fuertes que recuerdo en mi trayectoria vital. Una de esas crisis que remueve los cimientos más sólidos y profundos en la vida de una.
Y a medida que fui transitando esa crisis, esa voz, esa sabiduría, esa autoridad y esa guía interior empezó a ocupar y ocupar cada vez más y más espacio. Y sigue ocupando los espacios que le fueron arrebatados.
Y por fin empecé a entender que el Sistema-Mundo tal y como está montado no sostiene la vida de la gran mayoría de las personas que viven en él.
Y la única alternativa posible es rebelarse contra el sistema, es denunciar las opresiones que existen en el sistema, es crear formas de resistencia contra el sistema.
Y entendí también que en el emprender existen estructuras y sistemas que nos oprimen. Condiciones y circunstancias que nos llevan a ese camino como única opción.
Pero que a la vez son esas mismas condiciones y circunstancias que hace que nuestra forma de emprender, ese emprender desde los márgenes, que se lleva a cabo desde unas éticas propias, desde unos valores propios y desde un posicionamiento que realmente respeta y sostiene nuestras vidas y las vidas de todo aquel que forma parte de nuestro entorno, es parte de esa red de resistencias contra el Sistema-Mundo.
Y por fin, logré entender que, desde luego no somos los tontos de la familia, sino que siempre fuimos y seguimos siendo esas resistencias que se sostienen a sí mismas y sostienen las bases de las vidas que no quisieron nunca someterse al Sistema-Mundo.